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El Principio

Miserias ajenas

Nos hemos acostumbrado a vivir con la indiferencia como trato, sistema o contrato. Nos hemos acostumbrado a no ver aquello que resulta desagradable, aquello que nos debería llevar las manos a la cabeza y un golpe a la conciencia.

Nos hemos acostumbrado a ver la miseria del otro, la pobreza y la desgracia como sombra o bulto, en el mejor de los casos, y todo con la distancia suficiente para que no salpique. Cada uno tenemos nuestros propios problemas y nadie vendrá a redimirnos de ellos, incluso puede que la ayuda externa no sea nuestro objetivo.

Hace unos días, desde la tranquilidad de mi esporádico techo, una mirada se clavó en mis ojos. No me miraba a mí, no miraba nada. Un niño en el suelo, con las piernas inmóviles por una parálisis, el hambre comiéndose sus entrañas y a pocos metros su hermano en las mismas condiciones. Me obligué a mirar de frente a aquellos ojos.

Cientos de personas estaríamos enfrentando su mirada en aquel momento, pasando por delante de la desdicha y pocos le prestarían la más mínima atención. Entonces la tristeza apaga el corazón.

Nos hemos acostumbrado a ver las desgracias de nuestras calles como parte del mobiliario urbano o imágenes lejanas de televisión. Sus miserias nos son ajenas, nos estamos volviendo cada vez más torpes pues la miseria del otro es nuestra propia miseria.

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